viernes, 23 de agosto de 2013

"Ya sé cuál es la parte mala de la vida: los demás."
Dilbert (Scott Adams)

lunes, 24 de junio de 2013

en conserva - there is no why

Hay cosas viejunas que escribí hace tiempo y que no me importaría rescatar, así esto no estará tan muerto. Como cuando colaboré, poniendo por escrito mis paranoias variadas, en unos cuantos números de la maravillosa Carpaccio Magazine, el proyecto de las chicas de Ubicuo Studio. A continuación, una sarta de idioteces relativamente inconexas que data de abril de 2009:


Es bueno ver documentales, porque luego puedes decir a los demás que, de hecho, ves documentales, que es algo que siempre te hace quedar bien. Unos meses atrás pude disfrutar, poco antes de que ganara el Oscar, de Man on wire, una cinta de James Marsh que trata sobre la locura del funambulista francés Philippe Petit, el hombre que tendió un cable entre las dos azoteas de las Torres Gemelas para luego caminar sobre él durante cuarenta y cinco minutos, a más de cuatrocientos metros sobre la calle. El proyecto requirió de mucha ayuda externa y seis años de planificación, y desde luego el héroe acabó en comisaría. Me gustó bastante la historia, pero la gente que arriesga su vida de esa manera siempre me ha dado mala espina.

En la lista de cosas que siempre me han dado mala espina, además de los artistas circenses, uno de los primeros puestos lo ocupan los gatos, y creo que si pudiera rastrear esa desconfianza (probablemente mutua) hasta su origen, encontraría al final del camino El libro de los por qué, del pedagogo y escritor para niños italiano Gianni Rodari. En su portada, un sonriente felino con interrogantes en lugar de ojos devoraba un libro con pasión, pero lo realmente inquietante estaba en el interior: un montón de preguntas, formuladas por niños, que el autor respondía de forma paciente pero no precisamente muy lógica. Y es que el tipo tenía inventiva, de eso no cabe la menor duda, pero también está claro que se le acababa rápidamente, pues tan pronto respondía una pregunta de la forma más imaginativa y descabellada posible, como a la siguiente recurría a aburridas y confusas explicaciones científicas que ningún niño podría entender y, en el peor de los casos, cuando se quedaba en blanco, se sacaba de la manga una cancioncilla sin pies ni cabeza, a ver si con suerte el lector no se daba cuenta de que, al terminar de recitarla, la cuestión no había sido respondida. En alguna ocasión llegaba a tachar de egoísta o antisocial al niño que formulaba la pregunta (¿que por qué tu madre tiene que ir a trabajar cada día? ¡deja de lloriquear y ponte a hacer los deberes, que aún todavía te quedarás sin cenar! ¿que te componga una canción sólo para ti? ¡vale, pero que luego no te extrañe si los demás niños pasan de ti!). Súmale a eso el hecho de que el escritor se las apañase para dejar claro a cada página, sin motivo aparente, su odio irracional hacia los proverbios y su desprecio por los asnos, y el resultado es un señor aparentemente bastante psicótico. En cualquier caso, resultaba bastante difícil encontrar una respuesta verdadera a la mayoría de las decenas de ‘por qué’ que poblaban el libro.

Pero incluso Bill Bryson, cuando intenta enseñar ciencia al mundo entero desde las páginas de su enorme libro (y digo enorme en todos los sentidos) titulado Una breve historia de casi todo, se encuentra en situaciones de las que sólo puede escapar con un 'porque sí'. Por muchos microscopios que se usen y muchos científicos que se consulten, hay cosas que no se pueden entender. Y si un británico no se ve capaz de explicar física cuántica para todos los públicos, tampoco vamos a negarle a un italiano su derecho a responder con una rima estúpida cuando un niño le pregunta por qué los mayores tienen siempre razón, aunque bien fácil que sería un simple "no, no siempre la tienen". John Lennon, por su parte, debió quedarse bien a gusto cuando escribió "semolina pilchard climbing up the Eiffel Tower". Le habían dicho que un profesor mandaba a sus alumnos analizar las letras de las canciones de los Beatles en busca de significados ocultos, así que compuso I am the walrus de manera que no hubiera absolutamente nada que descifrar. Después, dijo que no hay que tomárselo todo al pie de la letra, ni buscarle un significado, o un por qué. Creo que lo que yo quiero es reivindicar algo parecido, en cierto modo. Un crítico de cine, escribiendo sobre el documental del funambulista francés, se quejaba de que el director no hubiese aprovechado el simbolismo potencial de la hazaña. Resulta francamente difícil, al menos cuando no hay ningún simbolismo intencionado. En la propia cinta, un periodista le pregunta a Philippe Petit por qué lo hizo, por qué se jugó la vida de aquella manera. Y Petit simplemente responde: "there is no why".

Por lo visto hay personas que, cuando les preguntan "por qué", se descuelgan a cuatrocientos metros de altura, componen una cancioncilla para niños o se autoproclaman la morsa. Y ni se te ocurra buscar una razón para ello. Creo que ya ha quedado bastante claro.

viernes, 24 de mayo de 2013

atenas analógica

Ahora que las chicas de unlovablesss me han enganchado al arte de dejarme los cuartos en carretes y revelados (podéis ver mis humildes aportaciones indias a su causa en forma de desayuno y de mini-álbum), he decidido rescatar de las profundidades de mi ordenador una selección de las fotos que hice durante mi cuatrimestre de estudios en Atenas, entre marzo y junio del 2012. Están tomadas con una Olympus [mju:]-1 que heredé (y, en esta ocasión, heredar no es exactamente un eufemismo de robar) de mi hermana. Lo que tiene Grecia es que da igual el talento del fotógrafo (nulo) o la calidad de la cámara (muy apañada): si apuntas y disparas, el resultado va a ser maravilloso, y punto. Esta es mi particular Atenas analógica (click para ver en grande - el resto después del salto).

Este sitio no debía ser muy conocido, porque no había mucha gente y nunca había oído hablar de él.

miércoles, 22 de mayo de 2013

- Una pregunta final estúpida como premio a tus respuestas: ¿Lennon o McCartney?
- 
La responderé con una anécdota. Cuando llevaban a Woody Guthrie en ambulancia al hospital, poco antes de su muerte, le preguntaron a qué religión pertenecía. El enfermero tenía que cumplimentar un impreso. Respondió que a todas. Entonces el enfermero le recordó que era una pregunta oficial. Su respuesta final fue: todas o ninguna.

(De la entrevista a Robert Harrison, compositor, guitarra y vocalista de Cotton Mather, en la revista Ruta 66, 2002)

martes, 7 de mayo de 2013

"-Comprendo -dije, sin comprender absolutamente nada."
Marco Stanley Fogg (El Palacio de la Luna, Paul Auster)

martes, 30 de abril de 2013

planilandia

En ese paraíso de papel que es la saga de Thursday Next, el gran Jasper Fforde describe Planilandia como la última idea genuinamente original en el mundo de la literatura. Ni quiero ni puedo rebatirle, y lo maravillosamente trágico del asunto es que Edwin A. Abbott escribió esa obra hace 129 años. Si lo primero que yo hubiera sabido de Planilandia es que es el título del último disco de Lori Meyers, probablemente nunca hubiera querido leerlo (efectivamente, en los registros de prejuiciosos gilipollas, me salgo de las tablas) pero afortunadamente no era el caso.

Planilandia me fascina, principalmente, porque es la primera novela que leo en mi vida que transcurre en un mundo fundamentalmente diferente al nuestro. Todos, absolutamente todos los libros que he leído en mi vida tenían algo en común: transcurrían en uno o varios escenarios, y todos ellos eran espacio. Eran espacio tridimensional. Con personajes tridimensionales. Todo en ellos era, al menos, mentalmente representable. Podría llegar a ser. Y de repente, un plano.

Planilandia es un reino (o mundo, o realidad) en el que sólo existen dos dimensiones, habitado por líneas rectas (mujeres), y polígonos y círculos (hombres) que coexisten en el mismo plano, tan vivos y tan reales como cualquier personaje de cualquier otro libro. El narrador y protagonista, un humilde cuadrado equilátero, convierte la primera mitad del libro en todo un tratado sorprendentemente exhaustivo y ameno sobre su mundo, sus leyes físicas, sus habitantes, su existencia plana y su sociedad atrofiada. Contundente en su clasismo y deliciosamente misógino, es imposible no encariñarse con un monstruo tan satírico, que nos respeta con loca devoción a nosotros, lectores, oh seres tridimensionales infinitamente superiores a él. Y sabe de nuestra existencia porque en la segunda mitad del libro (en la que, de hecho, empiezan a ocurrir cosas), al cuadrado le esperan una serie de viajes, algunos oníricos, otros reales, tan inesperados como la visita sorprendente y absurda que cambiará para siempre su percepción de su mundo, del nuestro y bueno, de la vida, el universo y todo lo demás.

He leído por ahí, que el libro puede resultar difícil de entender para cualquiera que no tenga unas mínimas nociones de matemáticas en general y de geometría en particular, pero lo que se dice en este libro es tan básico que si no lo entiendéis, amigos, creo que el problema es vuestro y no de vuestra formación. Sencillo, breve, brillante y multidimensional, Planilandia es un libro tan redondo (o tal vez debería decir "esférico") que casi hasta asusta. Y encima, si me apuras, aprendes.

"El tacto y la habilidad necesarios para eludir el aguijón de una mujer no bastan para completar la tarea de cerrarle la boca; y como la esposa no tiene absolutamente nada que decir, y absolutamente ninguna traba de ingenio, sentido común o conciencia que le impida decirlo, no pocos cínicos han llegado a asegurar que prefieren el peligro del aguijón inaudible y mortífero de la mujer a la firme sonoridad de su otro extremo."
Planilandia (Edwin A. Abbott) 

jueves, 11 de abril de 2013


Catorce años y medio.
Textos lacrimógenos sobre perros ya hay muchos en internet.
No des mucha guerra, Nero.

martes, 9 de abril de 2013

sirve cualquier cosa

Eres hija de artista, actúas, cantas y vas a sacar un disco. Y como además eres mona, quieres que tu cara sea el reclamo de la portada. Da igual que tu trabajo sea bueno, que tiene que entrar por el ojo. El problema es que creas que sirve cualquier cosa. Puedes intentar poner cara de seductora chabacana y parir una carátula digna de Britney Spears, o puedes hacer algo decente con un mínimo de estilo y buen gusto. Será más fácil si lo resumo con un par de ejemplos visuales. Ambos discos son más que decentes, pero...

Así no, señorita Laurent:



Así sí, señorita Auster:

sábado, 9 de febrero de 2013

"Hace siglos, los marineros en los viajes largos solían dejar una pareja de cerdos en cada isla desierta. O bien dejaban una pareja de cabras. En cualquier caso, en sus visitas futuras, la isla los aprovisionaría de carne. Se trataba de islas prístinas. En ellas vivían razas de pájaros que no tenían depredadores naturales. Razas de pájaros que no vivían en ninguna otra parte de la Tierra. Sin enemigos, las plantas que había allí evolucionaban sin espinas ni veneno. Sin depredadores ni enemigos, aquellas islas eran paraísos.
La siguiente vez que los marineros visitaban las islas, solamente encontraban manadas de cerdos o de cabras.
Ostra está contando esta historia.
Los marineros llamaban a esta práctica 'sembrar carne'.
Ostra dice:
-¿Os recuerda esto a algo? ¿Tal vez a la vieja historia de Adán y Eva?
Mira por la ventanilla del coche y dice:
-¿Os preguntáis a veces cuándo va a volver Dios con un montón de salsa barbacoa?"

(Nana, Chuck Palahniuk)

miércoles, 30 de enero de 2013

doce

Hola.

Ha pasado un año.
Y vaya año.

Nunca he sido muy dado a la retrospección ni a los balances anuales. En realidad, si echo la vista atrás, creo que es algo que hasta ahora sólo había hecho en una ocasión. Pero tampoco soy muy dado a tener buena memoria así que, por una vez, no está de más poner por escrito algunas de las cosas que han pasado en los últimos doce meses. En esta ocasión, vale la pena. Para mí, quiero decir.

- El año arranca con dos meses sabáticos. Tras terminar mi estancia en prácticas en la edición de 2011 de La Cabina, y con todo el tiempo libre del mundo por delante, me dedico a cosas tan variadas e improbables como estrenar cámara, finiquitar la trilogía original de la saga de La Fundación de Asimov, asistir a un maravilloso Ultrashow de Miguel Noguera, visitar el Bioparc Valencia con mi sobrino como guía, escribir la crónica de un concierto de Sr. Chinarro, ver Sonrisas y lágrimas en el teatro, recibir a mi querida wife y enseñarle la ciudad y escucharle decir como te mueras, te mato ante mi inminente marcha a una Atenas por entonces casi en llamas o, ya en Madrid justo antes de abandonar el país, ver un pedacito de historia de la astronáutica en una fascinante exposición de la NASA en cuyo simulador experimento una fuerza de 2G.

- El 1 de marzo a eso de las cinco de la tarde aterrizo en Grecia, donde pasaré cuatro meses. Una huelga de transporte público, la lluvia, una guía kamikaze que pretende que la siga, cargado con mi maleta, mientras ella cruza las calles sin prestar atención a los semáforos ni a nuestras vidas y el hotel más decrépito que he visto en mi vida no conforman lo que se suele llamar un buen comienzo, pero dan paso a cuatro de los meses más espectaculares de mi vida. Ya que estoy allí, aprovecho y visito Meteora, Parga, Delphi, Dilesi, Creta, Santorini e Hydra. Atenas se convierte en mi primera ciudad adoptiva y un trozo de otroscomoyo se queda para siempre admirando las vistas desde el balcón del octavo piso del hotel Filoxenia, near Larissa Station in Acharnon Street (there is a small place, somewhere in Greece).

- El 27 de junio aterrizo de nuevo en España, y me quedo un par de días en Madrid para reencontrarme con la piñosa y algunos compañeros de la universidad con los que ver un concierto de los Punsetes en una azotea de Móstoles (donde descubrimos, de paso, a Felón y su Mierdofón). Me monto en un AVE a Valencia y allí me quedo siete semanas, el tiempo justo para reencontrarme con todo el mundo, volver a colaborar temporalmente en el único festival internacional de mediometrajes del mundo, recibir una visita de las polacas, tramitar visados y comprar nuevos billetes de avión. Entre tanto, aprovecho para aprobar el último examen de mi carrera. Ya está, soy un licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. No me siento diferente, sólo un poco más tranquilo y viejo. Ya puedo emigrar. Y eso hago.

- La madrugada del 16 de agosto despego rumbo a la India y doce horas después aterrizo en Bombay. Cuatro meses más. Veo vacas por las calles, camiones de colores, cuervos, dioses con cabeza de elefante arrojados al mar, un monorraíl, cuevas y cascadas, rascacielos y chabolas, leones en libertad, templos y fuegos artificiales. Fumo en shisha, monto en rickshaw, masco paan, me asomo por puertas abiertas de trenes en marcha y cruzo vías, bebo chai, almuerzo samosas, meriendo panipuri y me pongo de pie en los cines cuando suena el himno del país. Hago cincuenta y seis horas de tren en cuatro días y medio, y paso por Gujarat, Goa, Diu, Rajasthan y Delhi. Visito el Taj Mahal, me paseo por los lagos donde se rodó Octopussy, veo diez películas en seis días en un festival de cine y aprendo un par de recetas con Sergi Arola. Quedo eternamente agradecido a mi hermana y mi cuñado por lo que han hecho por mí. Encuentro un trabajo. Provisional, pero de lo mío. Y pagado.

- El 20 de diciembre por la mañana me convierto en turrón y aterrizo en Valencia. Familia, navidad, bares, aceras y pasar frío son cosas que en Bombay he echado un poco de menos. El año termina, como manda la tradición, al calor de la chimenea de cierto chalet en las afueras de Moncada, y el balance final refleja: ocho meses en el extranjero, tres países, gente nueva, gente vieja, un título universitario, un trabajo, la promesa de volver a la India (desde donde, de hecho, estoy escribiendo esto) y la absoluta certeza de que el 2013 lo tiene muy, pero que muy jodido si aspira siquiera a acercarse a lo que ha sido el 2012.

A ver si me equivoco.