martes, 30 de agosto de 2011

silencio

Lo peor de ser (todavía a esta edad, ya me vale) estudiante es, pues eso, estudiar. Lo segundo peor es tener que encontrar un lugar donde hacerlo. Sigo refiriéndome a estudiar, eh.

El caso es que no hace mucho, en abril o mayo, inauguraron cerca de mi casa una nueva biblioteca pública. Vale, la función más elemental de una biblioteca no es dar cobijo al estudiante, pero por lo general se trata de un sitio amplio, con mesas, poco transitado y al que se le presupone una maravillosa cualidad muy poco frecuente: el silencio.

Así pues, como yo tenía exámenes en junio, decidí ir a ver qué tal se estudiaba allí. Nunca más, me dije después de un par de días. Pero soy débil y decidí darle otra oportunidad a principios de agosto, cuando empecé a prepararme los exámenes de septiembre. Espero no cometer el mismo error por tercera vez pero, por si acaso, aquí va, a modo de recordatorio para mi yo futuro, una breve lista de algunas de las cosas que he sufrido en esa biblioteca:

- niños y niñas llamando a gritos a sus madres,

- adultos comentando las últimas novedades literarias en voz alta,

- abuelos preguntando a gritos cómo sacarse el carnet de la biblioteca,

- bibliotecarias que responden al teléfono sin cortarse,

- adolescentes cuchicheando sin parar,

- señores que no silencian el móvil y responden sin problemas,

- alarmas estridentes que suenan a intervalos regulares durante lo que parece media vida,

- un campanario loco sonando a traición durante diez minutos seguidos,

- técnicos que usan taladradoras para instalar el aire acondicionado,

- y ventanas abiertas que dan a la plaza del pueblo, donde se suceden eventos tan interesantes como un mercadillo semanal, actos electorales que implican el himno del partido político de turno a todo volumen y en bucle, o peleas interraciales entre grupúsculos de niñatos.

Por todo esto, yo digo: sí a los tapones para los oídos. Y también digo: sí a las ametralladoras abriendo fuego a discreción.

miércoles, 24 de agosto de 2011

huertas

Hay una frontera invisible al final de mi calle, que separa la ciudad de las huertas que la rodean.

Cada día la atravieso varias veces cuando saco a pasear al perro, y durante una cantidad variable de minutos (diez, veinte, treinta, a veces más) entro en ese otro mundo paralelo del que por lo general sólo me separan unas pocas decenas de metros. Al otro lado de la frontera hace el mismo calor en verano (mucho) y el mismo frío en invierno (no tanto), el sol brilla igual y la lluvia sigue mojando, la gente también tiene dos ojos, dos piernas y dos brazos, y hablan el mismo idioma. La única diferencia está en que, al otro lado, todo el mundo te saluda.

Da igual que no os conozcáis de nada: te saludan. Da igual que os crucéis a diario por la calle o en el autobús y no os dirijáis la palabra: te saludan. Incluso da igual que su perro acabe de intentar matar al tuyo: ya lo he dicho, en la huerta todo el mundo te saluda.

Ah, el aire del campo.

viernes, 19 de agosto de 2011

nitidez

Ayer fuimos a ver Super 8, de J. J. Abrams. Tenía muchas ganas de verla, y un poco de miedo también, que con este hombre nunca se sabe.

El caso es que esta mañana, leyendo por ahí los comentarios y opiniones de la gente sobre la película, me he encontrado con alguien que criticaba lo que consideraba un fallo garrafal, algo que no le gustó nada. Decía que cuando los protagonistas ven una de sus grabaciones caseras en súper 8, las imágenes proyectadas se ven con mucha más nitidez de la que realmente se corresponde con el formato. Que, de ser reales, esas proyecciones se hubieran visto mucho peor. Que queda muy falso y es muy cutre. Que no cuela.

Es un ejemplo perfecto de cómo, muchas veces, al hablar sobre algo, estás diciendo más sobre ti mismo que sobre ese algo.

sábado, 13 de agosto de 2011

cincuenta

Supe del desafío de los cincuenta libros hace ya cerca de siete años por medio del blog de pjorge y mi bipolaridad crónica se encargó de que la idea me pareciera estúpida y genial a partes iguales (aunque eso sea lo que pasa siempre con las grandes ideas). Es estúpida en cuanto a obligarse a leer con el único objetivo de llegar a una cifra autoimpuesta cuando en realidad uno debería leer porque quiere; es genial como motivación si eres una persona que, por los motivos que sean, lee menos de lo que le gustaría (o sea, si eres una persona normal). Pero en cualquier caso, el motivo principal es que, afrontémoslo, las listas y las clasificaciones siempre molan mucho.

El mayor objetivo de esta entrada es obligarme a mí mismo a publicar próximamente mi lista de lecturas de este año, a ser posible brevemente comentadas, cosa que de otro modo procrastinaría indefinidamente, para variar. Por su parte, si este año sí que llevo camino de llegar a los cincuenta libros (ahora mismo voy por la trigésima lectura del año, bendito exceso de tiempo libre) se debe sin duda a haber estrenado el 17 de enero el maravilloso regalo de cumpleaños de mi hermana, un Kindle que no ha pasado prácticamente un solo día sin encenderse desde entonces. Por esa razón, al no disponer físicamente de los libros que leía, decidí llevar una lista detallada de las lecturas a modo de estante de ya leídos que poder consultar más adelante si me apetece. Y, gracias a lo, ejem, accesible de la literatura digital, en esa lista hay un poco de todo: libros que quería leer desde siempre, libros de esos que dicen que todo el mundo debe leer, libros que he leído por obligación, libros que decidí leer pese a mis probablemente injustificados prejuicios contra ellos.

Echando un vistazo rápido, entre los títulos que más he disfrutado este año están 1984 de Orwell, Diario, una novela de Palahniuk, Misery de Stephen King, Yo, Robot de Asimov, Harry Potter y el prisionero de Azkaban de J. K. Rowling, De qué hablo cuando hablo de correr de Murakami y Todo va a cambiar de Enrique Dans. Por su parte, entre las decepciones, frustraciones y atragantamientos, hay cosas como Diez negritos de Agatha Christie (primera vez que leo algo suyo y caigo víctima del hype), Yo y tú, objetos de lujo de Vicente Verdú (insufrible lectura obligatoria para un trabajo de clase) y American psycho de Bret Easton Ellis (¿puede tardar menos en llegar a pasar algo? ¿puede no dedicar un capítulo entero a la discografía de Genesis? ¿estamos locos o qué?).

Ahora tengo pendientes algunas lecturas en formato analógico, como Todo está iluminado de Jonathan Safran Foer (que me prestó ezquerro antes de largarse al lejano oeste), El cine según Hitchcock de Truffaut (que tengo pendiente desde que me planteé hacer un trabajo sobre la adaptación cinematográfica de Fahrenheit 451), El psicoanalista de John Katzenbach (que sólo compré porque quería tener un libro en un formato curioso como el librino) y Moonfire de Norman Mailer (en su espectacular edición de Taschen). Pero éstos para cuando ponga la lista definitiva por aquí. De momento voy a dejar de escribir sobre lo que leo, y a seguir leyendo, que ahora mismo tampoco apetece otra cosa.

lunes, 8 de agosto de 2011

planes

Si nos dejamos guiar por la experiencia, lo primero es hacer un plan, y dejarlo en reposo. Cuando ya ha macerado durante un tiempo, entonces se coge el plan y se aplasta, se golpea y se retuerce. Se cambian los componentes, los plazos y las circunstancias. Se estira hasta que no da más de sí y luego se arruga hasta hacer una bola con él. Le quitas una pieza, lo reajustas y le añades unos pocos elementos. Le extraes posibilidades, se las vuelves a poner, y luego le sumas o restas interés. Las diferentes combinaciones aleatorias de factores se van sucediendo cada vez más rápido hasta que es estadísticamente inevitable que aparezca la versión perfecta del plan original.

Y cuando eso ocurre, compras los billetes y haces las reservas. Así es como, hoy, el señor Juan Vicente y un servidor hemos podido confirmar de forma definitiva nuestra asistencia a la quaranta-quatrena edició del festival internacional de cinema fantàstic de Catalunya, o lo que es lo mismo, el festival de Sitges 2011. Estaremos por las costas catalanas desde el seis hasta el diez de octubre, disfrutando de muchas horas de cine, pocas horas de sueño y largas caminatas cuesta arriba y cuesta abajo, como manda la tradición. A estas alturas, el programa del festival todavía es en gran parte un misterio, pero ya nos atraen mucho tanto la temática (la inteligencia artificial) como algunas de las primeras películas confirmadas (Eva, de Kike Maíllo, y Mientras duermes, de Jaume Balagueró). Así da gusto hacer planes.

Ya hay ganas de volver a ver a las Marías de Metrópolis escoltando la pantalla del Auditori. Y a Macarena Gómez, ya puestos, que parece que no se pierde una edición. Muy bien que hace.

lunes, 1 de agosto de 2011

empezar

Empezar es una cosa que da tanta pereza que uno siempre piensa que casi mejor luego.

Será por eso que he tardado cerca de seis meses desde que hice el blog en escribir una primera entrada, incluso a sabiendas de que, como primera entrada que es, no va a decir absolutamente nada que valga la pena. Servirá como excusa para considerar esto como arrancado, cosa que de todos modos no podía tardar mucho más: ha pasado más de un año desde la última vez que actualicé el viejo LiveJournal y tiene mérito que yo no haya explotado todavía después de tanto tiempo sin escribir tonterías en internet. Así que aquí estamos.

Hola de nuevo.