martes, 1 de noviembre de 2011

nanowrimo

Hoy es uno de noviembre, aunque tal vez te parezca una afirmación atrevida si miras por la ventana o sales a la calle, con ese sol y esas temperaturas. El caso es que es uno de noviembre, maldito sea el clima de agosto, y eso significa que hoy da comienzo la decimotercera edición del NaNoWriMo, que viene a ser el acrónimo de National Novel Writing Month, una iniciativa tan absurda como divertida que consiste en tratar de escribir una novela de al menos cincuenta mil palabras durante el mes de noviembre. Y ya está, no hay más.

Habrá quien piense que es una tontería enorme y una pérdida de tiempo, a quien no le atraiga lo de que prime la cantidad sobre la calidad o que el único premio sea la satisfacción de superar un reto autoimpuesto. Pero no sé, a los que somos fáciles de convencer nos resulta más que suficiente. Se coge una idea vaga como "algún día me gustaría escribir un libro", se le pone un nombre rimbombante, se oficializa con un poco de gracia y una página web y de pronto te encuentras con un proyecto de más de una década de vida y que en su última edición tuvo doscientos mil participantes, treinta mil de los cuales completaron sus respectivas treinta mil novelas. No está mal, ¿eh? Bravo, internet.

No conocí el NaNoWriMo hasta el año pasado a mediados de noviembre, cuando ya era imposible participar sin despedirse para siempre de la cordura, por lo que lo dejé estar. Así que, por supuesto, este año sí voy a participar. He empezado esta tarde, en realidad. Este año va a ser más difícil de lo que hubiera sido el pasado o el anterior, pero puesto que ya estoy empezando a dar por perdido una vez más el desafío de los cincuenta libros, no está de más tener otro proyecto en el que depositar mis esfuerzos.

Para hacerlo más divertido/estúpido/frustrante/torturador, he decidido hacer ayuno de ocio más allá del papel: nada de series ni cine en noviembre (me veo obligado a especificar series y cine porque el viernes 18 sale a la venta The Legend of Zelda: Skyward Sword y dudo que sea capaz de privarme de eso). De forma que, en teoría, durante lo que resta de mes dividiré mi tiempo entre necesidades fisiológicas (dormir, comer y, bueno, esas cosas desagradables que implica necesariamente comer), necesidades académicas (mi estancia en prácticas en el festival de mediometrajes La Cabina, ¡viva!) y necesidades nanowrimísticas (escribir y leer, exclusivamente).

Igual muero, quién sabe. Si no se da el caso, seguiré informando.